Reflexiones acerca del autoconocimiento que no se sustenta en la narrativa de la mente o en los datos biográficos sino en quién soy hoy, a través de la conexión con mi cuerpo físico -con mis sensaciones y mis emociones- que son la antesala del infinito.
El túnel mágico que nos lleva al infinito creador es nuestro propio cuerpo, es hacia dentro, hacia el precipicio infinito que cae en un abismo insondable hacia dentro de nosotros mismos, como el agujero de Alicia, que en realidad es un viaje hacia dentro de sí misma, un viaje hacia el interior de Lewis Carroll. Y en esa insondabilidad te encuentras a ti mismo en tu estado más puro, hablando, dialogando con el universo a través de las percepciones. En ese espacio se crea tu realidad, ahí está el motor creador más puro, luego cuando sales hacia fuera se ensucia rápido con la mente, pero adentro la energía creadora se mueve como elemento poderoso, como materia ígnea que puede modelarse en el espacio con las manos del corazón, aquellas que no pasan por la mente, solo suben y bajan obedeciendo a la
materia ígnea. Ese es el asunto, materia ígnea modelándose a sí misma. Eso es lo maravilloso y lo difícil, que nos estamos modelando a nosotros mismos. Somos energía observándose a sí misma y de la misma observación se producen cambios, la observación genera evolución en el observante. La materia ígnea se ve transformada por el observador que es ella misma. Esa es nuestra realidad, ese es nuestro poder y nuestra dificultad. Y no hay otra manera de crear conscientemente que bajar a ese espacio dentro de nosotros mismos de puro presente, donde nos vemos a nosotros mismos, vemos nuestra energía en movimiento eterno, y de observarnos provocamos cambios de conocimiento. Luego salimos afuera y podemos mover esa energía ígnea con el pensamiento hacia donde queremos, siempre dentro de los parámetros o límites que marca nuestro Dharma, que es lo que hemos venido a experimentar a esta vida.
